sábado, 24 de septiembre de 2016
CAMBIOS DE MÉTODOS. DEL ABN AL OTRO Y VICEVERSA.
Un tema recurrente, repetido, es el
de los perjuicios que le puede acarrear a un alumno pasar de un método a otro
con ocasión del cambio de curso. Dar por sentado que a los niños se les causa
un serio trastorno cuando tal cosa ocurre, que se les marea o que lo pasan muy
mal, da lugar a que docentes bien intencionados prefieran que los niños se
queden en el método tradicional antes que hacerles pasar por la tribulación del
cambio. Algún comentario hay en este sentido en esta página de Facebook.
La mayor parte de las opiniones que
se vierten son… imaginarias o centradas en algún caso aislado. También se
pueden basar en lo que ha sucedido con
algunas clases en particular cuando han cambiado de docente y este ha aplicado
el método tradicional sin más. Es evidente que casos particulares no pueden
erigirse en la generalidad ni a partir de ellos inferir la doctrina a seguir.
Me siento obligado a expresar mi
opinión por dos razones. La primera, porque tengo la experiencia no de una caso
ni de dos, sino de muchos, en muchos colegios, en muchas ciudades, en el paso
de un curso de Primaria a otro y en el paso de 6º a 1º de ESO. Y en segundo
lugar porque yo mismo me he implicado y he enseñado, personalmente, a algunas
clases y a algunos niños y niñas a trabajar las cuentas antiguas a partir de
las ABN, y hasta a la inversa: me he sentado con alumnos que no conocían el ABN
y les he enseñado a aprovechar lo que saben del tradicional para reconvertirlo
en ABN.
El paso del ABN al tradicional es
tan sencillo como todas las transiciones que se hacen desde procesos complejos a
procesos más sencillos. Los niños se asombran de lo fáciles que son las viejas
cuentas y las aprenden enseguida. Ellos trabajan en ABN con números completos,
suman o multiplican con centenas o millares, y ahora se encuentran con que
trabajan con dígitos, y los casos más complejos no dejan de ser una nimiedad
comparados con los que ellos ya sabían resolver en la otra metodología. Esta es
la situación más general que nos hemos encontrado. Niños que habían hecho ABN y
que no habían destacado, se convertían en estrellas del cálculo en el nuevo
colegio con el cálculo tradicional. Luego, claro, el paso del tiempo dejaba su
huella: perdían cálculo mental, resolución de problemas y aprendizaje
conceptual, y terminaban aburriéndose y odiando la matemática del mismo modo
que los niños que siempre han trabajado con “las cuentas de toda la vida”. Estas situaciones han ocurrido desde el curso
2010-2011, cuando niños que habían hecho los dos primeros cursos por ABN
pasaron a Terceros tradicionales. Es decir, que hablamos de centenares de casos
a lo largo de seis cursos académicos.
En definitiva, que ya está bien de
prejuicios y pareceres pesimistas. La experiencia nos dice que, salvo casos
aislados, no existen problemas. No es verdad que en el cerebro de los niños los
métodos ABN y tradicional vayan por vías distintas, por rectas paralelas que no
se pueden juntar. No es verdad que cuando se tienen a la espalda algunos años
de uno de los métodos se cree una imposibilidad psicológica o intelectual que
impida la transición o el paso de una forma de trabajar a la otra. A ver si no
va a haber problemas con procesos mucho más
complejos y que crean más impronta en el cerebro, como es el caso del lenguaje,
y sí los va a haber con cuestiones mucho más sencillas. ¿O es que no se puede
aprender inglés porque el alumno se inició en español cuando aprendió a hablar?
Y, seamos sensatos, ¿son comparables, por la dificultad que entrañan, ambas
situaciones, la del cambio de método matemático y la del aprendizaje de un
nuevo idioma? Una maestra me decía con asombro lo rápido que una alumna china,
que llegó a su clase en un 3º sin saber nada de español, había aprendido el
idioma. ¿Y el ABN?, le pregunté. Me dijo
que antes de soltarse a hablar ya dominaba el método, y me apostilló: “¿No irás
a comparar la dificultad de una cosa con la otra?”
Quiero terminar estas líneas con un
toque de humor. Es una anécdota que le escuché e Fernando Savater. En un examen
de pilotos de aviación, el tribunal le preguntaba al aspirante que qué haría si
de pronto un rayo caía sobre el motor izquierdo y lo inutilizaba. El aspirante
respondió que navegaría con el derecho y encendería el motor auxiliar. El
tribunal volvió a preguntar por su actuación si cayera un nuevo rayo que se
cargara el motor derecho. Respondió que encendería el segundo motor auxiliar y
así podría seguir el vuelo. ¿Y si un nuevo rayo cae e inutiliza el motor auxiliar
número uno? Pues encendería el motor auxiliar número tres y tan tranquilos. Un
miembro del tribunal, con sorna, le preguntó que de dónde sacaba tantos
motores. El futuro piloto le dijo que del mismo sitio del que él sacaba los
rayos.
La moraleja es clara: no se pueden
suspender los vuelos por si acaso cayeran cuatro rayos en los motores del
avión.
Publicado por
Jaime Martínez Montero
en
12:44
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