En una clase de 2º les puse a los alumnos algunos problemas
de sumar y restar. Como es habitual, los más fáciles los hicieron bien y los
más difíciles no los supieron resolver. La maestra quedó algo decepcionada y le
expliqué que no tenía por qué, que los niños habían contestado muy bien. Para
explicar mi anterior afirmación le puse el ejemplo de las palabras.
Tomemos la
palabra “pluma”. Según el diccionario de la RAE, cuenta con 18 acepciones. Si tomamos
las cinco más frecuentes, veremos que el niño o la niña (de siete o de diez
años, da igual) apenas si conoce dos. Sin embargo, esta situación no se nos
plantearía como un problema de aprendizaje o un indicador de lo poco que sabe
el alumno. A lo largo de su escolaridad y de su vida irá ampliando el caudal de
acepciones. Lo importante es que tenga el sentido de la palabra que necesita
para las situaciones experienciales que ha de vivir.
Lo mismo
ocurre con los problemas. Tomemos la operación de restar. Ella tiene 13 acepciones
o tipos de problemas diferentes. Los alumnos de Segundo identificaban y
conceptualizaban correctamente algunos, particularmente los que tenían que ver
con las experiencias numéricas que desarrollaban. Tarea de la escuela es que
conforme van avanzando los niños, se le vayan presentando situaciones nuevas
que les lleven a tener experiencias que les permitan descubrir y aprender los
problemas o acepciones que le faltan.
El mensaje
final es claro. Lo que nos debe preocupar no es que los niños no sepan la
resolución de tipos de problemas difíciles o poco habituales, sino que no sepan
resolver los que sí representan para ellos situaciones habituales. De la misma manera
que no nos debe preocupar que no sepa que el mástil de una grúa se llama pluma,
pero que sí sepa que los elementos que constituyen el vestido de las aves se
llama pluma.
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